La Humanidad (Reflexión)



La humanidad (Por Claudia Bürk )

La humanidad es la más grande de las aporías, pues aunque nunca tuvimos un principio ni tendremos un final, nuestra imagen acabará disolviéndose en la infinitud de lo exterior, que siempre categorizamos con burdas abstracciones. Nuestra imagen es un centro abstracto que respira en el vacío. Somos como un reflejo en un estanque que desaparece sin dejar rastro, una llama que vive y se sustenta gracias a vientos que soplan al azar. Nuestra alma es la mezcla de muchos vacíos intangibles, presentes en el reino supremo de la exterioridad, y mediante esa misteriosa confabulación de elementos indescriptibles, tenemos la impresión de que la unidad de nuestro ser es sacra y está recorriendo un viaje. Todo lo existente son imágenes que se entregan en holocausto, a un señor espiritual que cubre su rostro y que se llama TIEMPO. Somos imágenes pesadas, e ignoramos si guardamos alguna descendencia espiritual con algún sueño místico, el pensamiento está atrapado en el cuerpo, como el mar siempre lo está a las revelaciones sagradas del sol. Abogamos por nuestra independencia, pero el olor de una simple flor nos oprime.

El cuerpo es una habitación oscura, nuestros ojos a través de cada mirada nos señalan con sus delirantes contornos, los borrosos confines de apócrifos fines del mundo. ¡somos imágenes vivas!, ¡ imágenes con autonomía para sonreír o llorar desconsoladamente mientras las aguas del estanque van enturbiando imperturbablemente nuestra figura!
Jugamos sin descanso para mantener un equilibrio ficticio, pues nuestras palabras son como aves mutiladas y manchadas de alquitrán, que descansan en un precipicio del que nunca pueden despegar. Las palabras quisieran convertirse en cenizas y reencarnarse en los mares, quisieran alcanzar a enredar cada dimensión del universo, mientras volarán triunfalmente en los aires, pero saben que no fueron insufladas con el regalo eterno de lo sagrado, y que deben chocar perpetuamente contra las surrealistas paredes del cuerpo. ¡Que doloroso y lamentable es ser una imagen viva!, ¡estar constreñido a buscar aquella ínfula incendiaria, que nos aísle de todo aquello que siempre permanecerá sin nombre, como una doncella se viste con los trajes del sol!, ¡somos imágenes que padecen de una melopea perpetúa!, imágenes que luchan contra sí mismas y contra las demás imágenes en un escenario que no tiene otros límites que la mente vacía e infinita de todos los actores.

La religiosidad del pensamiento no es un monstruo bíblico en perpetúa expansión, si nuestra mente es un vaso a rebosar de agua, y el mundo es otro vaso de agua igualmente repleto, ambas mentes no pueden intercambiar sus fluidos, pues tan ácida es un agua para un vaso como el otro, y en consecuencia si se intentasen traspasar agua de un vaso a otro, ambos vasos se derretirían. ¡Somos imágenes pesadas!, ¡imágenes que se drogan con el opiáceo supremo de existir!, ¡somos imágenes que en lo más íntimo de nuestra esencia no podemos apelar a ninguna verdad ni a ninguna mentira!, pues el mundo que siempre hemos imaginado se construyó con el vacío de nuestra mente, y no con un pensamiento racional que ha evolucionado a lo largo de los siglos.

Somos imágenes batallando constantemente desde un centro ficticio, desde un templo que todas las religiones han coincidido en llamar mente consagrada a Dios. El espejo supremo conoce demasiadas imágenes, pero sabe demasiado bien que ninguno de sus delirios, tendrá el resplandor suficiente para destruirlo, pues si así fuera, todo lo que pensamos, oímos y sentimos se desvanecería en un instante. El único modo que ningún fenómeno ni ente pueda derrocar a Dios, consiste simplemente en que ninguna criatura real o imaginaria pueda alcanzar el equilibrio supremo para perpetuarse eternamente, en ningún mundo posible por ella concebido. Todos somos imágenes del mismo espejo, o ramas del mismo árbol, o nubes sagradas del mismo firmamento u olas del mismo mar, pues todos tenemos el mismo vestigio y la misma señal. Es muy sencillo de ver con una introspección adecuada. Si ahondamos dentro de nosotros mismos, más allá de las palabras, y más allá de las imágenes, descubriremos la más inmensa oscuridad y el mayor silencio. Es allí de donde provenimos, más allá de todas las aporías del tiempo y la materia. Dios no tiene otro origen que esa esfera preconceptual. Los secretos más recónditos, hibernan en ese espacio preconceptual, donde todo el universo se encuentra en estado embrionario. El cosmos en estado embrionario vive imperceptiblemente dentro de nosotros.

Nuestra imagen es un grito aterrorizado que se ha despertado en un mundo hostil, pues ha perdido la seguridad que le daba ese mundo preconceptual. Ha descubierto que debe velar por el equilibrio de infinitos contrarios conocidos y desconocidos que moran en su interior. La ilusión debe romperse pronto, pues todo el infinito que nos circunda sofocará rápidamente el amotinamiento de aquello inexplicable que nos hizo despertar del mundo preconceptual. En el fondo del lago nada tiene sentido y todo permanece tranquilo, el mundo y todas sus imágenes vieron esa luz profana, porque la superficie del lago reflejó inopinadamente todos los árboles que moran en sus orillas.

Comentarios

Entradas populares