Hoy tengo una cita con la Nada



Hoy tengo una cita con la nada. Hacía un lugar sin destino. Y no desespero esperando nada. El tiempo es feroz y no perdona nada.                                                                           

Reprendida por las lecciones y herida por las injusticias, yendo de una manera de vivir hacía otra (¡Cuántos caminos a Damasco! ) Con tantas almas en un solo cuerpo, sin saber la que se queda, ¿qué otra cosa puedo hacer sino escribirte? ¿Qué otra cosa – dímela tú, sino con la dignidad de haber sido vencida, descargar mi pluma contra mi propia condición? ¡Cuánto pesa el amor inalcanzable! Parece un arcón cargado de piedras que han ido cayendo como los días, uno tras otro sobre mi existencia.   
Hoy te intuyo en el aire, cargado en las ráfagas de viento que me embisten, y en el reflejo que devuelven los cristales y los espejos. ¿Eres tú o soy yo? Latiendo uno en el otro, habitantes de distancias sin kilómetros, casi confundo mi ser con el tuyo. Es inútil la lejanía: canjeamos esencias. Desgrano un ayer sobre una carta sin respuesta.

Hoy, aquí me tienes de nuevo para partir, con el hilo que une nuestros silencios. Sé qué estás lejos, que la distancia es un muro sólo franqueable con el pensamiento. Las palabras disuelven la lejanía, engrandeciendo mí querer. Hoy no será diferente a otros días aunque dé mil vueltas para llegar a ti.

Hoy, aquí me tienes. Soy una epístola. Por ello la palabra también se llama geografía. Son las exclamaciones quienes dan textura y nombre a la serranía de la pasión. Te nombro y eres. Te he llevado a mí mundo, el imaginario poético del mágico reino de  tu voz. En voz estás. Eres habla sánscrita de la metáfora. Para siempre...

No dejo de tener presente tus ojos, paisajes de olivos y almendros, fértiles en sueños y misterios lejanos, no dejan de mirarme desde aquel escaso lapso en el tiempo, ya lejos por siempre.
Quiero estar a tu lado, único lugar donde el mundo carece de sombras. Bañarme en tu risa, donde un millón de cosquillas hacen tiritar de alegría. Que me estreches entre tu pecho que huele a mies recién cortada.
Quiero por almohada tus brazos de luna, ternura y espuma blanca, para que mis sienes, preñadas de madrugadas soñadas, alumbren pensamientos de calma. Necesito tu luz amorosa que proyecta sobre los rincones de mi alma la esperanza de la pequeña muerte, quiero morir hasta el alba.
Quiero ir contigo donde vayas, guiada por tus sueños, dentro de los míos. ¡Quiero, quiero…!

No.
NADA quiero.

Si el destino te lleva a las estrellas después de mí, espérame dónde van los sueños, a ese lugar remoto donde no se vuelve jamás, al otro lado del laberinto que existe en los confines de la soledad, allí nos transformaremos en un eterno silencio de amor, en un eterno grito de esperanza. Mis pasos estarán siempre tras ese instante donde no se sabe si está el amor con su locura, que da un miedo terrible, o la pasión, conjuro de todas las magias, atormenta conocer la verdad de los sentimientos.

Mientras se anda hacia el final, la gloria de poder volver a amar al otro lado, cierra las puertas a la desesperación.
Espérame en ese lugar, algún día cuando tu memoria se borre de los confines mundanos. ¡Espérame! ¡Olvídame! ¡Te quiero!

Te saludo con reverencia y total devoción por tu luz en presencia. Dentro de mí, convives con mis luces y con mis sombras,

Tuya dónde vaya, mundo tras mundo
C.

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