Las verdades de la vida llegan dulces, jamás impuestas.
Las
verdades de la vida llegan dulces, jamás impuestas. Llegan sugeridas con tolerancia por el pensar
y el sentir propio y ajeno.
La
realidad es cómo es. No existe según nuestra moral. Para hallar respuestas,
nuestra mente debe abrirse a esa realidad, debe enfrentarse a los hechos reales
del mundo exterior y también del mundo interior, sin ninguna idea preconcebida.
El
universo entero obra conforme un solo ser en un engranaje perfecto y sublime.
Ese universo puede traer todas las respuestas y ésas vendrán en el depósito de
nuestros deseos.
Hasta
ahora hemos pensado que el mundo debería ser como nosotros pensamos que es, de
ahí a que juzguemos, critiquemos, comparemos. Pero al juzgar y sentenciar, la
mente no queda abierta de verdad y no puede liberarse de la tiranía de lo
preconcebido, de los símbolos, sistemas y reglas, de la tiranía de los otros,
ni tampoco del pasado. Sólo la aventura que nos brinda la liberación profunda
de toda clase de prejuicios nos conduce a la espontaneidad creadora de la vida
verdadera. Los prejuicios son frutos del miedo y de la profunda ignorancia. La
realidad que nos envuelve suele ser mucho más amable de lo que nos han hecho
creer. Sirve al profundo propósito de autorrealización de cada individuo,
indistintamente al envoltorio que ahora le ocupe, indistinto a su condición o
raza. La serena sabiduría está en todos
los seres. En cada uno de nosotros, en cada animal o ser hay un buda de serena
sabiduría, muy debajo de nuestras ilusiones destructivas.
Todas
las mentes un día llegarán a la quietud del saber, comprendiendo que “saber” no
es otra cosa que amar. El amor viene a recordar entonces lo que el saber nos
había hecho olvidar.
Cuando
amemos en plenitud, seremos libres para “ser”. Pero en obediencia a algún
sistema, a nociones, prohibiciones o entre cadenas de la tradición, jamás amaremos.
El proceso liberador comienza con la comprensión total de lo que se quiere.
Todo juicio es tiempo nulo en el que no estamos amando y en consecuencia,
quedamos atados en la rueda de lo perecedero. De aquello que pasa y no dura. De
lo meramente mundano que no es más que ilusorio, que no es más que camino y
ningún fin, para alcanzar la elevación a otro estado dónde más que meramente
buenos, aprendemos primero a ser felices para luego ser “buenos” de verdad.
No
queda otra que empezar desde el momento presente a ser humildes para así
comprender que todas las cosas y sucesos siempre tienen una razón de ser que
las mueve a ser como son. De ahí que,
ante cualquier circunstancia de la vida, la ética nos motiva a elegir de forma
voluntaria las conductas, palabras y acciones más beneficiosas para nosotros y
para todos los demás.
Amando
podremos encontrar todas las respuestas. El amor mismo es la eternidad, lo
inconmensurable, lo real. A amar se comienza al meditar acerca de todo lo que nos envuelve. A
realizar cada acto que realizamos plenamente consciente de estarlo realizando.
Cuanto aprenderemos sobre nosotros mismos y los otros, observando la forma en
que sentimos, comemos o caminamos. Darnos cuenta que no hay nada forzado en
todo ello, pues en el momento que así fuere habría dualidad y no amor.
La
meditación es un trabajo continuo. Exige “no conformismo”, “no imitación”, “no obediencia”
pero sí disciplina: ésa que surge de una constante conciencia, de las cosas
exteriores pero también interiores.
Liberarnos
de las tiranías de nuestra conducta y emociones como celos, envidias e ideas
malsanas es algo que puede pues surgir a través del conocimiento de uno mismo.
Pues sin conocer plenamente las actividades del propio “ser” nunca amaremos, no
seremos “buenos”. La tranquilidad llegará al obtener la consciencia al mirarse
constantemente, como quedó dicho, en el obrar y sentir.
Sub umbra floreo: c.bürk
Certero y profundo. Gracias por compartir.
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