Os debo una explicación
Os debo
una explicación
(Por
favor, ¡atreveros a leer este escrito aunque os parezca largo! ¡Muchas gracias!)
Quiero
agradecerle a todos mis contactos y amigos de Facebook, en la vida ahí fuera y
demás lugares, mediante éste escrito, el estar apoyándome en lo bueno y malo. También
dar las gracias a aquellos que me han hablado con cierta acidez, o hayan
acabado por darse media vuelta, aunque fuera haciéndome reaccionar con un
insulto; recordándome que con ciertos aireamientos por mi parte, puedo dar una imagen
muy equivocada, bien tratándose de excesivamente irónica, vanidosa, engreída,
estúpida o desalmada. Cuando en realidad, las cosas son justo al revés. Muy al revés.
Porque en realidad tan sólo soy alguien que actúa por miedo por tener las alas
enladrilladas y no saber retomar el vuelo. Quiero agradecerles a esos amigos
sus voces; claras, serenas, razonantes y redundantes. En mi opinión, todos
deberíamos recordar a los otros cómo sacar partido de sus virtudes, mejorar los
defectos y aceptar las limitaciones.
Y tras
esto, explicaros las verdaderas razones de esos extraños cambios que operan en
mi ánimo y que se manifiestan en las publicaciones que voy haciendo. Lejos de
exculparme de las cosas, soy la primera en señalarme las faltas. Entender a los
otros y al mundo, claro está, no significa disculpar, sino aceptar.
El
oficio del escritor se ocupa, entre otras cosas en explorar lo que somos todos,
revelando nuestra infinita, ambigua y contradictoria variedad, cartografiando
así la naturaleza de los que le rodean. La obligación de un novelista es
mostrar la complejidad de lo real, pero no a fin de volvernos más complejos,
sino en analizar qué funciona mal, para bien evitar unas cosas o por el contrario,
aprender otras. Nada debería escapar a nuestro escrutinio. Porque comprender a
los otros en sus laberintos, es casi como justificarlos. Pero digo “casi” y lo
dejo así por la obviedad del asunto que describiré a continuación.
Os
mencionaré a Hannah Arendt, que fue una mujer judeoalemana que tuvo los santos
cojones de asistir al juicio de Adolf Eichmann (ingeniero del exterminio judío en Europa; un tildado
un monstruo absoluto) −acatando ese imperativo de entender la maldad extrema –
para acabar escribiendo Eichman en Jerusalén,
un ensayo acerca de la banalidad del mal, dónde esa pensadora argumenta que
Eichmann no era un monstruo del demonio, sino un hombre mecánico que fue
frustrado y actuó desde esa frustración. ¿Se equivocó Hannah Arendt en intentar
entender y destripar al mal extremo con la razón? Yo diría, a éstas alturas,
que es imposible entender la perversidad tal y cómo ella pretendía, usando sólo
argumentos psicológicos. No obstante, Arendt fue una mujer valiente que tuvo el
talento de entender las negruras y tuvo agallas
para contar lo que había entendido. Pero hay algo más acerca del mal que
todos ignoramos y de ello hablaré después. Yo también he intentado dar
explicación a la maldad, la que tanto costaba entender, con todas mis fuerzas.
Yo
también he sido un poco Hannah Arendt… Pero hoy reconozco que he fracasado.
Querer
llegar a escrudiñar la maldad es peligroso y puede acarrear la propia
destrucción. Puede hacerte correr el riesgo de ser malinterpretado, atacado y
ser tildado de revisionista como se hizo con Arendt (la injuria habitual de los
conformistas y timoratos contra quienes no se resignan a las ortodoxias comunes…)
Pero
vayamos por partes.
Los
que, en nuestras infancias y vidas nos hemos enfrentado al mal, lo hemos tenido
sobre nuestras carnes (en el sentido literal) –y me refiero al mal, mal. Al mal
perverso, obsceno y destructor. Al mal demoníaco. Al mal que puede hacer de ti una
ruina en vida, siendo tu naturaleza limpia y benévola− a esa clase de mal. Los
que nos hemos enfrentado a ese mal descrito, no podemos hacer otra cosa que
luego −tras las ofuscadoras vivencias−que intentar comprender, perdonar y
excusar ese mal, para que no acabe destruyéndonos ni destruya a otros. Nos
convertimos entonces, para tal fin, en el reflejo de los otros. Anulamos
nuestras personalidades convirtiéndonos
en los otros, por necesidad de empatía. Encontramos satisfacción en desaparecer
por instantes, adaptándonos a las personalidades ajenas, dejando de ser
nosotros mismos.
El 90%
de los niños que sufrieron abusos sexuales lo hacen. Hablan y escriben en
tercera persona.
Desaparecen en sí. Y lo hacen para entender y aceptar lo que
les ocurrió. Terminamos por no vivir nuestra vida, intentando exculpar el mal
que nos destruyó por dentro, porque sólo así podremos seguir adelante,
aceptando lo que se nos hizo. Y aquí, ahora lo confieso, ya sabéis por qué
razón me hice escritora.
Los
psicólogos dicen que con esos de los que han abusado, es imposible razonar
cuando están en “crisis”. Y lo afirmo. Sus ánimos se debaten entre la tristeza
y la alegría. Entre la brusquedad, el aislamiento, la amargura y entre el
intento de socializar y exculparse haciendo el Bien de forma continua. Porque
siempre queda el sentimiento de culpabilidad. Porque lo hemos consentido.
Porque no nos defendimos.
*1 (Dejaré un
par de enlaces con escritos que elaboré al respeto a pie de página).
Así que
culpables como somos, tenemos que sufragar nuestra culpa siendo buenos todo el
tiempo, poniendo las mil mejillas que no tenemos; la mano abierta para dar, el
perdón siempre dispuesto sobre la lengua. Y así vamos tirando millas. Pero
ocurre que volvemos a toparnos con los perversos. Una y otra y otra vez durante
nuestra vida. (Además y para colmo, los atraemos con nuestra tonta manera de
ser buenos).Y pensando que −perdonándolo todo, aceptándolo todo− el otro cesará
en su empeño, volvemos a caer en la espiral de la trampa ya familiar, lo que
nos convierte una y otra vez en presa fácil de nuevos abusos, de los juegos de
poder de los otros.
Lo
aceptamos, empero. Somos los chivos expiatorios de los otros. Y no nos
quejamos. Porque ese papel nos lo otorgamos para liberarnos del dolor. Sin
embargo, de vez en cuando –el ánimo
cargado hasta los topes de la ingratitud de los otros, de los empujones, de los
desprecios− nos da por decir tonterías. En mi caso, en público, en Facebook o
dónde se tercie. Nos mostramos chulos, malhablados. En una palabra, nos
rebelamos. Y es entonces cuando los otros, acostumbrados de ver nuestra eterna disponibilidad,
nuestra generosidad, buena educación, mansedumbre se quedan atónitos viéndonos cambiar
como un semáforo. Es entonces cuando escucho “Claudia, no pareces la misma que
ayer”. Y es que ya lo dice el refrán “Mata un perro una vez y te llamarán
mataperros”. Ese desliz los otros no te lo perdonarán y a lo sumo hasta llegan
a creer que padeces bipolaridad o te drogas. O estás endemoniada (esto último
tiene un pequeño grado discutible; ahora lo mencionaré).
Al
igual que Hannah Arendt, seré muchas cosas pero nunca cobarde. Y si hasta hoy
no he hablado de todo esto, era por vergüenza, una honda vergüenza que me
quemaba por no entender lo que se me hizo siendo niña. Y que supongo, que con
éste escrito no privaré de eco.
Ni fue
intención de Arendt ni lo es la mía trivializar con cosas como lo son los
abusos o el holocausto nazi. Ni busco justificación ni intento exculparme por
haber escrito estupideces en las últimas semanas.
Más
bien llegar a la conclusión de que de todo el mal, sale siempre el Bien. Y por
fin comprendo, al tiempo que estoy escribiendo éstas líneas, que el mal existe
para encaminar el Bien. Como dijo Einstein, “la luz necesita de la oscuridad
para ser advertida, para existir como luz”. Al fin, entiendo ínfimamente que no
hace falta desentrañar el mal, basta con saber que sólo es instrumento para
alcanzar el Bien. De ahí, como piensan los creyentes (y me incluyo a mí manera)
Dios creó a los demonios y los dejó libres entre nosotros.
El mal
es adjudicable a los miedos, a las frustraciones, sí. En parte. Porque ahora sé
que hay otra parte. ¿Fue acaso Hitler en un principio un pobre
decepcionado? ¿Un frustrado y un niño
del que abusaron de una manera u otra? Sí. La historia lo confirma. Fue un
judío precisamente quién rechazó sus trabajos como pintor, entre otras vivencias
frustrantes de Hitler. ¿Pero fue eso suficiente por sí sólo para convertirse en
quién fue; ser un asesino en masa, un orador hipnótico del mal y un ejecutor
del holocausto y de los crímenes más aberrantes que en nuestra imaginación
caben? La respuesta es no. Tuvo que haber otra causa, además de la psicológica
de la que estoy hablando todo el rato.
Los teófobos y los escépticos, con mentes meramente
racionales entre vosotros, hasta ahora habréis seguido este escrito sin demasiadas
objeciones. Pues hablaba de la dificultad de darle sentido al mal y también de
que con la psicología se la lograba desentrañar en parte. Pero ahora desearía
hablaros de la otra parte que hace del mal, el mal intrínseco. Y que a
vosotros, racionalistas, no os va a gustar ya tanto. Si os digo que Hannah
Arendt fue acusada de banalizar el mal, de frivolizarlo (ella no obstante se
justificaba a eso diciendo que el mal no era banal, sino las personas que lo
llevan a cabo eran los banales) será porque como insisto, el mal no puede
explicarse con los meros trastornos ocasionados por los hombres. Lo del
holocausto alemán no se puede tratar de entender sólo con maldad humana.
Tampoco pensar que fue obra de demonios. ¿Pero y si os dijera, que según mi
entendimiento, fue obra de ambas cosas? ¿Qué muchos criminales, asesinos o sin
ir tan lejos, actos de sometimiento y perversidad que presenciamos a diario, fueran
en parte debidos a influencias que están fuera de nuestro control?
El
Padre José Antonio Fortea (Exorcista de la iglesia católica en Alcalá de
Henares) cree firmemente y por obvia experiencia que existen fuerzas, entes,
entidades íntegras, que pueden ser capaces de lograr convertir a los hombres en
piezas de una ciega maquinaria administrativa. “Demonios”, lo suficientemente
sutiles como para ensañarse justo con esos que siendo “buenos” y absolutamente
nobles de espíritu hayan quizás tenido problemas en su vida de abusos, malos
tratos o frustraciones. El padre Fortea insiste en que precisamente acaban “poseídos
por demonios” muchos de esos que sufrieron abusos sexuales por parte de algún
miembro de la familia (lo que es especialmente malévolo y perverso). ¿Por qué
esto podría llegar a ser así? Ahora cabría responder porque quizás así sea más
difícil identificar la causa de sus comportamientos agresivos, adjudicándolos
únicamente a la psicología.
También
afirman el Padre Fortea y el Padre Amorth (exorcista de Roma) que además de ese
grupo de personas, pueden acabar influenciados o poseídos los que consultan a
tarotistas, videntes o médiums. O que ejercieran como tales: el segundo grupo
de riesgo. Si por tanto, hemos tenido en nuestra vida abusos sexuales (más
agudo si es por parte de un familiar, como ya dije) o tocamos los temas del “ocultismo”
de alguna manera, tendríamos todos los números para acabar siendo marionetas (y
menciono a Hitler aquí de nuevo como ejemplo por reunir también ambas cosas) en
manos de esas entidades de origen preternaturales.
Tanto parece ser así, y lo
dicen los expertos, que las influencias demoníacas alcanzaron y alcanzan
naturalmente el corazón de la propia iglesia. Que podría así ser, otra
estratégica sutileza de esas entidades.
Sé muy
bien que escribir éste artículo me va a costar caro, porque estoy tratando de
poner al descubierto cosas que tienen mucha más inteligencia, fuerza y sutileza
que todos nosotros, que todas las agencias de inteligencia y gobiernos de este
mundo. Y aún así, debo hacerlo.
Porque
(y acabaré este relato en un breve resumen de los hechos) yo misma he podido
comprobar en mi cuerpo, con mis ojos y sentidos que es verdad, que existen
estas entidades, que son personalidades en sí y no meramente algo llamado “maldad”.
Que he comprobado por mí misma cómo y de qué manera pueden llegar a
manipularnos si abrimos las puertas adecuadas y reunimos (inocentemente quizás)
los requisitos para una posesión. Y ahora empiezo a comprender muchas cosas.
Cómo, por ejemplo era posible que pudiera tener capacidades mediúmnicas, saber
cosas y datos que no me correspondían.
Que erróneamente creí que eran para
bien, porque con ello estaba ayudando a muchas personas (algunos de Facebook
podréis comentar vuestra experiencia al respecto de lo que os hice llegar) y
hasta escribía a la Policía en privado para pasar datos sobre ciertos crímenes
de los que, de pronto y de la nada, conocía los detalles. No digo que la
mediumnidad sea algo negativo en sí, es sólo que me falta discernimiento. Y que
sin tenerlo, no eres apto/apta para usar esas informaciones. Que es mejor hacer
caso omiso en todos los casos.
Y para
acabar, y como conclusión, comentaros que una mezcla de muchas cosas me hizo
reaccionar muy mal estos días, incluso semanas atrás, (fácilmente se pudo
adjudicar todo a la arrogancia, pero no fue ese el motivo, porque no soy
arrogante) hasta el punto de escribirlo en público porque la noche anterior a
hoy –a los hechos me remito sin entrar aquí en detalles− viví en mi propio
cuerpo algo que jamás olvidaré. Y esperaré a su vez que no se repita. Porque
fue aterrador.
Por
todo ello, digo que la maldad viene dada de una mezcla de daños psicológicos
humanos y de cosas que están fuera y no podremos controlar jamás. Mucho menos
identificar. Los que, como yo, tenemos
aquello que otros llaman falsamente “don” de ver cosas y saber cosas que no
corresponden o quizás sí (aquí está mi confusión) vivimos una montaña rusa, por
vertiginosa y, a veces, irregular. Pues asusta cuando subes y desciendes.
Llevas contigo el peso de una responsabilidad enorme; de no saber con certeza
si el discernimiento es el bueno. Entonces te confundes, cambias de registro,
camuflas lo que sabes y no mides las palabras cuando la tristeza que te
produce, te puede. Y hay prioridades. Y son los otros, los que nos necesitan. Y
no se pueden dejar de lado. Porque recodar que pudiéramos ayudarles en lo peor,
ayuda a mantener la calma cuando las adversidades nos visitan, sabiendo que
jugar a luces y a sombras no es un juego fácil.
He sido
lo más sincera que he podido al escribir todo esto. Sólo me queda la
advertencia: cuidaros de consultar a ocultistas y demás cosas que no
correspondan por estar en el lugar exacto dónde os toca estar. Todo llega
porque debe. Si perdéis a un ser querido, tened paciencia porque lo volveréis a
ver. Si la vida os golpea, esperad acontecimientos porque las adversidades casi
siempre son tan sólo la antesala de la suerte. Si tenéis repentinas videncias o
clarividencias, guardadlas para vosotros. No siempre trae nada bueno querer
ayudar con lo que de pronto sabes. Os diría que confiarais en la vida. En Dios,
para los que creen en Dios. Y ya para acabar, aquí os dejo otros dos escritos
al respecto de esto último. Y os dejo reflexionando, dándoos las gracias de
todo corazón por leerme y por estar ahí cuando más lo haya necesitado.
Simplemente…¡Gracias!
Sun umbra floreo: C.Bürk
*1 Enlaces al respecto:
Enlaces acerca de la mediumnidad:
http://www.claudiaburkfalcon.blogspot.com.es/2013/05/normal-0-21-false-false-false-es-x-none_12.html
Enlace sobre una advertencia que hago acerca del ocultismo:
TE COMPRENDO CLAUDIA. YA SABES QUE EN MI TIENES A UNA AMIGA.
ResponderEliminarSOY MERCÉ, MAMÁ DE MI ANGEL JORDI. ESTOY AQUÍ, TE APOYO. NO LO OLVIDES.
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