La urna.
En mi
mano sostengo una cajita de madera. Es tan pequeña, que puedo cerrar los dedos en
torno a ella. Me cabe en la palma de la mano.
Es mi
herencia.
Suspiro.
Tiemblo. Al saberlo. La acerco a mi nariz. Huele a humo. Sólo a humo. Porque
los olores de la vida también se fueron ardiendo. Aparentemente mi cajita de
madera no parece contener mucha cosa. Pero. ¡Ah! Pedazos de ceniza, copos de
gris se volvieron sus sueños, sus ojos grises. El pelo canoso que un día
respiré. Su pasión desesperada por las cosas también está encerrada en la caja
y hasta las ideas que él pensó. Y la voz, su osada voz de hombre terco también
ha callado, sitiada en la caja. En ella se quedó lo que un día anduvo vivo. Los
pasos. Dejando andar y vivir a quién la lleva consigo en la mano.
Es una
caja muda, sorda y quieta. Pero cuando la miro, cuando me entra en los ojos y
huelo sus cenizas, la caja me habla y la escucho con notable claridad “¿Qué
tal, hija? ¿Qué andas escribiendo? La muerte
no me mató. La muerte me hizo cosquillas en los pies. Anda, hija, ¡no te
apures! ¡No te atormentes! ¡No pienses! ¡Vive! ¡Vive! O mejor, ¡escribe!” Lo
dice su boca de piezas dentales atornilladas. Esa boca suya que tantas veces
rió, habló, mintió y gritó. Esa boca suya que yo mandé hacer arder, junto a los
pedazos de sus ojos de párpados cerrados para siempre, las manos blancas e
inertes. Los disgustos que se llevó y
los sueños que nunca más soñó dormido ni despierto; todo se quemó a una
temperatura de trescientos grados, se enfrió después y cabe en tres centímetros
al cuadrado.
“En
esta caja no estoy, hija. Yo quedé en el aire, bajo las sombras, en todo
aquello que se antoja real. Que los muertos sean los otros y el fuego queme
madera. Desde el humo te di señales al avivar el fuego mi luz.”
Y me
quedo quieta, muy quieta sosteniendo el cuadradito de madera entre mis dedos
que ahora tiemblan. ¿De verdad me hablas?
Sé que no lo haces desde ésta, tu guarida póstuma. Lo haces desde los abrazos
que nos dimos. ¿Qué fue la vida sino la alegría, la fruta disfrutada; las manos
no importaron, sino las caricias. No la boca, sino las sonrisas. El resto,
ceniza.
Metí la
sonrisa entre las llamas, también los abrazos y lo nunca dicho. ¿Quién advierte a los fríos internos de los fuegos?
Me
llama tu recuerdo sobre el que me inclino, mientras una cucaracha corretea por
el quicio de la puerta sobre la que ya no caerá jamás tu sombra. ¿A dónde
marcharon todas tus lobregueces derramadas?
¡Cubra
tu forma cuadrada mis sueños! ¡Desencájese la caja! Despacio abro la tapa y
miro dentro, dentro, dentro, como dentro de un pozo y veo cuanto de mi vida hay
de absurdo; unos gestos y unas formas. Como quise que me quisieran sin ser
digna. El desánimo me siguió como un taimado séquito…Así de pie, en la más
inclemente soledad lo veo todo en tus cenizas como en los posos del café de una
agorera.
Tus
cenizas me queman y resucitan los mordiscos más hondos del dolor. En medio de
la luz, la luz es ciega. Vacio tus cenizas desde
el cofre de mi mano a mis pies, juego con ellas como cuando era niña y corría a
alcanzarte. Las esparzo en todo el recinto. Las recojo, las divulgo entre las
sábanas, las toco con tanta delicadeza que llego a imaginarte abrazándome. Te
palpo y enredo mis dedos en ti como en tus cabellos.
Es la botella de vino vacía la que me devuelve a la caja. Me
estrello con la realidad. Entre mis dedos, tan solo un polvo gris, sin alma ni
corazón. Todo es recuerdo.
Sub umbra floreo: C. Bürk
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