Máscaras de carnaval

Desde siempre he aspirado vivir en un mundo donde cada uno se atreve ser lo que es y qué hace. Pero he aquí la nueva era en la que el anonimato se reivindica, confeccionando máscaras a gusto del consumidor con nombre y apellido. Internet lo hace posible. Vivimos en la era de la (des)comunicación, al tener la comunicación impuesta como un mandamiento. Estamos cansados de ser nosotros mismos, al no poder ser nosotros mismos. Tenemos que demostrar todo el tiempo lo que valemos, lo que somos, qué bien nos va la vida, qué valiosos somos en esta sociedad. Vivimos en una época de máscaras, de soledades interiores abismales. Vivimos en un mundo de recuelo, a la descomposición de los ideales clásicos y alternativas variopintas a la visión religiosa. Todos estamos desidealizados, sobreinformados, nos golpea el mazo del hartazgo. El desencanto nos choca los cinco tras cantar el gallo. (Bueno, y que ahora al gallo que canta se le denuncia el canto).

Cada vez más desarraigados de la fe verdadera –fe en los otros, en nosotros mismos tal y como somos, en un sentido existencial, fe en el amor (pues solo una minoría está realmente interesada en el amor. A la gente de ahora le interesa follar o coquetear, no amar..), vamos hablando de “tiempos de cambio” de “espiritualidad” y “nuevas eras”, pero, ¿por qué no dejamos de hablar tanto de Amor y realmente amamos?

¿Por qué carajo tanta palabrería barata y tiempo perdido en los chat y en las redes sociales, reivindicando humanidad, mientras dejamos que el sistema nos tome como rehenes? Existe en estos momentos una terrible falta de socialización, provocada por los What’s upp y los Twitter/ Facebook; que se veneran como a un Dios. Pero nos sentimos solos, sin embargo nos asusta la verdadera intimidad con los otros. ¿Para qué? Si estamos conectados con ellos constantemente. Nos da la sensación de estar en compañía sin tener que someternos a las verdaderas exigencias de una amistad. Sin embargo, pese a nuestro miedo a la soledad alimentamos relaciones que no podemos controlar. Ni tan siquiera sabemos hoy en día pedir perdón, porque lo solucionan los emails o un sms, en vez de mirar a los ojos de la persona a la que se ha hecho daño y decírselo con abrazos y palabras. Todo está truncado, máscaras confeccionadas a gusto del consumidor y del consumista y luego están los que han hecho de su propia falta de socialización su sociedad personal, convirtiéndola en refugio frente a la intemperie, en cárcel inerme, grata, que garantice la estabulación de nuestros deseos, nuestras mentes atrofiadas por las satisfacciones inmediatas, huérfanos todos de transcendencia, mientras vivimos engolfados en un microuniverso –como islas, los unos de los otros separados por océanos de incomprensión- entontecidos e insatisfechos hasta los tuétanos, asegurando a los que nos sostienen como marionetas nuestro sometimiento a los engranajes del consumo. Desencantados, sin capacidad de asombro alguna, sin fe ya de ninguna clase, además de conformes en nuestra esclavitud, orgullosos de ella, mientras soñamos con un Deportivo de Alta gama, porque así lo hacen los otros y nos registramos en otra red social o de flirteo, esperando llenar imposibilidades por llenar.

Lo cierto es que existe una ley para cada instante desde tiempos remotos.

Dejemos, libremente de vivir en simbiosis con un móvil y su mensajería instantánea, con un tablet a cuestas. Dejemos de morir solos en compañía. Porque nuestra vida real se está viendo truncada por nuestra existencia digital. Y nos han hecho dependientes de un fantasma, que en cualquier momento nos podrán arrebatar, como a un perro hambriento se le despoja de un hueso. ¿No vemos cómo cada vez esperamos menos de los humanos y más de las relaciones digitales que pensamos controlar? Socorro, ¡que estamos convirtiendo a las personas en objetos que tienen la obligación de responder a nuestros estímulos básicos…! Es hora de dosificar las nuevas tecnologías, apagarlas cuando sea preciso y empezar a vivir. Nos están provocando daños emocionales que provocan esclavitud, a la que además nos hemos autosometido bajo el látigo de blackberrys e iphones. Bien, si la familia está lejos…Yo vengo a criticar aquí la relación enfermiza que mantenemos con esa accesibilidad tan instantánea. Estas tecnologías nos ofrecen tres fantasías envenenadas: podemos tener atención constante, siempre va a haber alguien que esté ahí en los foros y de ese modo jamás trataremos de estar solos.
Las dos primeras te satisfacen a través de las redes, pero la tercera es la que está llevándonos al caos. Pues es necesario que el ser humano se enfrente a su soledad real para conocerse y evaluarse, y así, poder evolucionar. Psicológicamente es fundamental aprender a conversar, a sentir empatía real (no desechar a alguien al mínimo fallo y sustituirle con alguien que parezca “digitalmente” más perfecto). Hay que saber perdonar y pedir perdón. Estamos criando una generación de psicópatas. Es muy preocupante que la gente parece esperar más y más del amor, de los otros por culpa de las máquinas que han creado para relacionarse entre sí. Y eso conlleva menos riesgos (aparentes): amor, amistad, ocio o trabajo se pueden controlar desde la punta del dedo, sin las complicaciones de una relación cara a cara. Una pérdida emocional, intelectual y social de gravísimas consecuencias para el futuro.

¡Qué gran empujón necesita ahora la humanidad para volver a ser humana y perder el miedo a ser como uno realmente es ante los otros! Y qué tremendo envite para dejar de tener miedo sin perder la responsabilidad y sin miedo, empezar a ser responsables. Y dejar así, por fin –como siempre lo hemos hecho en otros tiempos- las máscaras para el carnaval.

Comentarios

Entradas populares