Desesperada carta a X (II)



Desesperada carta a X (II)

Oraciones, no palabras. Son estas cartas que te rezan. Normal o anormal, sano o insano, lo cierto es que mi amor por ti esta siempre atravesado por la melancolía. No me resisto a transformarte místicamente en parte de la maquinaria divina de redención. Tú existes para mí como Beatrix existió para Dante. Y contigo en mí atravieso cielos, purgatorios e infiernos.
Enamorarse es crear una religión cuyo Dios es falible.
X: cuando la espera es dilación espantosa en el tiempo, cuando cualquier rumbo es ficción en el aire que se convierte en un purgatorio lleno de dudas, más imperiosa se vuelve la necesidad de ensordecer la memoria. Más necesario te vuelves tú.

Más despótica aún la trama oscura, su perturbada evocación disfrazada de albur mezclando fechas y escarmientos, reteniéndolas en el aire con la insistencia del infierno, que ni el perfil de un paraíso lejano, ni la de un Dios amparador logran atenuar.

Miro el calendario, y tan sólo ha transcurrido un minuto desde la misma operación.
Contemplo la esfera de mi reloj que va oxidándose sobre mi muñeca sin vida, al son de mi espíritu. Una doceava parte de sus minutos se convierten en horas, perduran de pronto como si fueran años, resbalan sobre mí como si sofrenaran el tiempo, sofocando campanadas, repitiendo con cada tic tac tus infinitas y antiguas formas con la lentitud de imágenes que contienen siglos, que resbalan por mi melancolía como gotas de éter, con la impresión de haber sido tan sólo soñado.

Y veo, irremediablemente, la vileza de una renuncia, la inerte expresión de una sombra,
y presencio sin lucha la batalla final de un sentimiento: la ilusión.

El destino filtrado por la conveniencia, se transforma en mi nueva realidad. Pataleo el vacío gritando tu nombre, te busco en la nada que se llena de humo y de renuncia, intransferible, simultánea a lo que me brindó tu existencia, que medió como la bruma en un crepúsculo o la percepción de invierno en un paisaje veraniego.

Es ardua tarea inútil, huir de mi misma: asesino mis propias formas, embrutecida por tu cercanía que ahora me falta como el aire, el viento y el día.
Envistes mi melancolía de omnipotencia.
De recuerdos llenos de intentos fracasados.
Intenciones de hallarte, como cuando me hablabas con la condición y la soledad de un extranjero, acusándome de no compartir tu lengua, reducida no obstante a un diálogo de espejos, imposibilitado de comunicarte más allá de la apariencia que había yo decidido mantener como un templo sagrado.
Nos separa una ficción de entereza, un hueco tan insoportable, que no sabemos ser los de siempre para así reconocido sin más.

Hoy te hablo desde ese hueco, porque no logro ni taponarlo ni ignorarlo. Hoy te escribo a través de el, para legitimar nuestra locura.
Porque aún sigo anhelando esa coherencia, que antaño preferí obviar, porque aún voy vagando en pos de una identidad que pudiera dar nombre a lo que fuimos lunas atrás, porque todavía soy esclava de la terquedad que no nace de mi voluntad sino de tu alma, de una cadencia que dilata mi pena, de un ritmo que escupe mi fatiga; el límite de mi resistencia, ignorado por los relojes y por los calendarios.

Evidencio así la inutilidad de mi universo con la ofuscación de un amor que no cesa, mientras un purgatorio lleno de dudas, se convierte en un infierno de certezas. Pues la verdad me sobreviene de golpe: cegándome no alumbrándome, descomponiendo mi realidad con una multiplicidad de planos y mapas, alojándome en el azar en uno de ellos, el que me enfrenta a tu rostro vacío, a un abismo donde no existe ni la luz ni la forma, solo la necesidad de inventarla.
La verdad impuesta de súbito: sin mediación de búsqueda, sin reflexión, de un mundo que ya no me alcanza. Descubro que a través de ti no he sido mas que un ejército de soledad bajo tu nombre mil veces pronunciado. Mi voz en el concurso de las voces que te llamaron, mientras fraccionada de la realidad te desdije, confesándome muerta.

El frío del mundo ha ido congelando lenta y agónicamente la sangre en mis venas. Y ahora un sopor letal comienza a invadirme, suceso tras suceso, desgracia por desgracia. Mi cabeza no cesa de abrir archivos acumulados desde mi infancia, mientras en mi corazón se perfilan un sinfín de recuerdos dolorosos. Desde siempre anhelo topar con un mundo repleto de buenas intenciones, de acontecimientos que, por muy dolorosos o incomprensibles que resulten, fuesen en realidad designios divinos, cada uno de ellos portador de un mensaje oculto de Dios, cada circunstancia encerrando un profundo significado. Lamentablemente tengo que conformarme con el mundo que tenemos, confrontarme con una existencia que contiene de todo menos un designio concreto. Para luego, queriéndolo o no, aparcar resignada todas mis ensoñaciones acerca de un destino utópico y del profundo sentido de la vida; dejándolos únicamente en un rincón de mi pensamiento, donde se resguardan los sueños destinados a salir a flote tan sólo en alguno de esos instantes vitales en los que todo parece ir bien, y las piezas del día a día simulan encajar como un puzzle a lo que va pareciendo un destino justo.

Pero eso, en mi caso, se ve sistemáticamente interrumpido por alguna desgracia, que siempre, cual ciclo matemático y exacto, aparece cuando todo parece tomar un aceptable significado vital y haya, nuevamente, confiado en la vida, relajando mis tensiones vitales.

La muerte, el abandono, o la desgracia interrumpen entonces inesperadamente, como un visitante inoportuno y molesto, como un relámpago feroz, como una bomba que hace que el alma - junto a la fe que me hacía creer que poseía alguna -, estallen en mil pedazos, cuyo dolor conduce directamente a una terrible decepción acerca de la destrucción absoluta de todos esos castillos que ya tenía construidos y habitados en el aire, hasta ese momento.

Tras el desastre, toca renacer de las cenizas, sin poder ignorar la constante punzada de desilusión en el corazón: sin ánimo, sin consuelo, sin entender qué es lo que realmente debo entender, sin poder saber qué debe ocurrir al estar obligada a estar viva.

Me convenzo de que los otros debían abandonarme, para dar un sentido a mi vida y hacerme más fuerte. ¿Pero para qué demonios me va a servir?
Sé que ese pensamiento es muy injusto, porque no soy el ombligo de nada para que otros tengan que quedarse sin desearlo, o marcharse a mí alrededor y así darles la gracia de existir eternamente en mi pensamiento.

Es injusto pensar así.
Yo no soy así. Yo no pienso así.
Es la maldita decepción que me está cegando.

Pesadez, agobio, soledad, tedio, llanto, tristeza, destrucción, rabia, odio.
Todos ellos hacen acto de presencia en mi ánimo y en el complejo laberinto de mis sentimientos, derrotándome, exterminándome el ánimo, ¿pero qué puedo hacer?
¿Dejar que el tiempo por sí mismo me marque los senderos? ¿Seguir llorando hasta hacerlo sin llanto? ¿Esforzarme en sonreír para seguir agradando a los que quedan?
¿Esperar algo que no se que puede ser?

Convertir la espera en esperanza, caminar contra el viento esperando sentir la vida en el aire, entre la rabia y el silencio, entre rutina y consuelos; esperar a ver aparecer las flores florecer con más vitalidad, los ríos saltar con una inusitada fuerza. Esperar a ver reconciliarse lobos con ovejas.
X: con desesperación te rezo, te nombro, te llamo para decirte que tú simple existencia me está dando tanta alegría que me llega a doler; y tanto dolor me causa que llego a sonreír, rota.

Eres mí suceder, el sentido de mis días. Yo dejo que el tiempo ocurra, manteniéndome abierta a lo inesperado. Soy diferente cada día que pasa; y espero que a los setenta años siga experimentando cambios. Si llegara esa edad, no quisiera quedarme pensando en lo que no realicé: deseo aprovechar cada instante de vida que me resta. Lo imagino, pero la vida me lo niega.
Deseo cambiar, adaptarme a la vida, con una única variación en mí: tú.
Vivir soñándote por el resto de mí vida.
No quiero planear nada, lo importante que venga solo. Quién planea lo que es importante acaba convirtiendo todas las cosas en pequeñeces...

X, tú eres mí inesperado plan de vida.

Mí corazón es capaz de entenderte más allá de las palabras de amor..
Basta imaginarte para sentirme completa...

Vives en mí a cada instante. Te amo...
Las palabras no siempre son suficientes. Decirte, por último que con cada segundo que se agota sin tenerte cerca, mí tiempo muere por ti mientras yo muero con él.

En un suspiro tan solo, queda todo dicho:
C.

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