A X, en la noche. (Furtivamente adorado Àngel)



A X, en la noche. (Furtivamente adorado Àngel):


De llegar a ti mis cartas, (cosa que dudo; yo no dispongo de medios; (más de lo que invento mediante una sencilla ecuación de lógicas) te preguntarás porqué me tomo la molestia de escribirte con estas palabras, metáfora en su mayoría. Buscarás los motivos de mí actitud al redactarte así. Se lo preguntarás a tu lógica y ésta no sabrá contestarte. Y es cierto: no hay motivo alguno por el cual dedicar a ti mis líneas (¿acaso divisorias, frontera entre tu reino y el mío?), mí tiempo, mis temblores y con ello ponerme en sumo peligro.. Todo es tan sólo obra de la emoción. Fina y cristalina, sin expectativa; (¡con el corazón en blanco estoy!), sin otro interés que la posibilidad de mirarte de frente a través de los vocablos. No sin tristeza, resumo entre éstas líneas minutos de congoja; de saber y aceptar el requerimiento del tiempo por permanecer anónima para el amor, ¡para MI amor!

Acepto y aguardo sin reproches ni exigencias, la NADA a cambio…pues también sé, que tal no es el camino dictado por la sabiduría.


Quizás sea éste mí único recurso de proponer un encuentro: escribiéndote y esperando una contestación tuya de ninguna parte. Y crear así una tierra de nadie, que a ninguno pertenece; puerto neutral dónde anclar mí fantasía.

Si yo fuera otra y tú otro, pienso; yo te miraría a los ojos de la única forma que quisiera mirarte, que en mucho llamas la atención de mí ser más profundo; sin embargo la realidad es un plomo, dónde no puede ser prenda mi corazón de tan preciada imagen: pues no dejas de ser ilusión sin sustento, y no me corresponde en esa realidad de mercurio inventar figuraciones donde no hay ni habrá jamás seña segura de recíproco interés, el cual por nada del mundo me es dado averiguar, por prudencia y respeto por ti y para mí. Así va la sensatez marcando el segundero.

Empero, mí alma recibe sus impresiones del entorno, pero es, sobre todo, el dialecto interno quien me dicta la sentencia respecto de lo que ha de ser juzgado en prudencia o en fantasía. Y es bien cierto que arduo, y en mayoría infructífero, desear a capricho controlar los fenómenos de la realidad y aun aquellos que atañen al artificio del ser humano. No es dado a una mortal simple e ignorante, como yo, augurar las certezas, y no debiera, pues, ser de mi tormento el acontecimiento ni su resultado; apenas me es dado, con mucho esfuerzo de concentración, vivir en plenitud la experiencia del instante, guardar las energías de luminosidad blanca para atravesar la noche oscura de todas mis tristezas…
Sucumbo a la pena de lo que la intimidad no nombra, de lo que el secreto guarda para evitar el riesgo o la amenaza. Y es que tras el viento de cualquier tragedia no queda más remedio que silenciar el corazón, ocultar la verdadera identidad, con tal de no desvelar la herida, la inteligencia, la veraz manera de pensar, para nunca más volver a ser lesionada a causa de haber pensado.

Prisionera de la desgracia de mi suerte, me convertí en la vigía de mi soledad y de mi decadencia. Prisionera al mismo tiempo de los frutos de mi observación, de ver a los demás ante la autodefensa hacía su reconocimiento, esa forma que tienen todos de no dar importancia a lo que todos vamos sabiendo que la tiene, esa propensión a que el olvido y el disimulo de uno mismo sea la mejor manera de no ser conscientes de lo que verdaderamente nos pasa.


Sin salida seremos parte del montón, robots manejados por un mundo hóstil, con nuestra conciencia cerrada a la humanidad, nuestra más férrea enemiga. Nuestra mente será para todos inpenetrable como una roca y para nosotros la cadena perpetua.

Con las consecuencias del orgullo, maligna soledad habremos conseguido. ¿Habremos entonces llegado lejos en un mundo incierto? Los años habrán pasado sin amortiguar en nosostros esta sensación amenazadora, la cual es tolerable sólo para aquellos que tienen la virtud de soñar y escaparse del veneno mortal que es la vida.

La sensibilidad que del adverso mundo nos volcaría hacia el mundo de los sueños, nos fortalecería al alejarse el acoso de la melancolía de nuestro horizonte vespertino…¿Pero quienes se enbarcan en semejante aventura, querido Àngel?

Nadie arriesga. Y los pocos que apostamos por el ensueño, nos vemos obligados a hacerlo en secreto y a escondidas, porque el temor a las mudanzas de la vida es demasiado poderoso.


Por ello, amado X, al hacerte llegar estas letras, me siento como si me apartara de todo. Son el atrevimiento de mi alma: a espaldas incluso de los árboles y de las nubes. Es subirme a un escenario, cuando todos los espectadores se han ido, mientras paso al otro lado del telón. Y estás ahí, Àngel (mío), dueño de una vida oculta, -la mía al soñar - con los ojos cerrados, silencioso, observando mi secreto del que nadie sabe nada, solamente tú.

Entonces te hago hermanar con mi alma y con mi destino también, a través de las palabras. Mientras al leerme sientas ya no pertenecer enteramente al orden de lo real sino al de la imaginación, moviéndote entre conjeturas, preguntándote porqué esa que crees que te escribe, no parece la que es en tu realidad, entre estos párrafos.

Ésa que se halla en el filo de caer hacía donde no se puede volver; ésa que te quiere como jamás se ha querido en este mundo, se inclina ante ti con el corazón a tus pies:
C.

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