Dos cartas seguidas a X: Àngel, Àngel, ...¡Àngel!





Dos cartas seguidas a X: Àngel, Àngel, ...¡Àngel!


Mi razón por escribirle en la clandestinidad es abandonar la crisálida que me oprime y que me roba el brillo lunar día a día, al tener que ceñirme entre las apariencias que debo mostrar al mundo y también a ti de tanto en tanto.

Si no fuera por quién debo ser, sería la que soy entre estas cartas: paloma cruzando tu ventana que aleteando te aliviaría las fatigas. Sería jinete que te guiaría sin extraviarse a través de todo laberinto. Armada reina, defensora de tu inocencia y de tu frente. Pudiera ser tu ejército en contra de las calamidades, de tus dolores y tristezas y en un solo segundo transformarme en el oasis dónde tus desvelos encuentren el alivio. Te amaría como en el mundo no se ha amado. Sería tu fiel compañera en la adversidad y en la rutina, cómplice imperiosa en las fronteras, regalándote mi voz, mi alma, mi vida….


Quisiera que sintieras cuánto te admiro y cuánto es mi respeto por la fuerza y la decisión con las que vives. Te lo mencionaré en cada una de mis cartas, pero sé bien que la palabra no basta si no halla eco en la sustancia del acto. Empero, comprendo que jamás podré hablarte de esto a la luz del sol; jamás ni una sola palabra. Condenada estoy ante tus ojos a permanecer en la cúpula crisálida de mi mutismo encantador e impuesto por el protocolo.

Rezo así en soledad, pegada a mí la imposibilidad; frente común para las manos en plegaria por quien apenas voy a ser, frente común en visión por mí mucho amor en ofrenda. Prístina luz seré, a penas expuesta ante tus ojos…


Privilegiada por saberte cerca de tanto en tanto, beso tus atavíos (de ser quien eres, de tu fortaleza y la pasión que entraña tu voz) mientras tu esencia me roza y tú te paseas a mi lado, haciendo que mi espíritu y ánima vuelvan en si, a la mayor de las intensidades. A penas un soplo soy en tu presencia de quién debo ser: la que sabrás ver si mantiene sus sentidos despiertos, si tu mirada vuelve a rozar la mía tan pronto como resulte posible….

La “otra” que soy yo, la que ves, es aquella que baja los ojos, la que abre al compás de la renuncia los ojos. La que ahora quiere vivir lo más tranquila posible, aprovechándose de estar viva sin ser vista. Esa, sin embargo, sabe que lo único que tiene asegurado es la muerte. Es la que cada noche, a punto de dormirse, te siente como un puñetazo en el corazón: la reclamas desde alguna parte y entonces ella corre a escribirte, para poder llegar a la vida.

Yo, que también soy esa, a pesar de ese otro nombre que me pusieron, paradójicamente soy de lágrima fácil, aúnque procuro ocultarlo. No es lo que está ante mis ojos lo que me hace llorar, sino lo imaginado, lo que en realidad no me ataña. Y en esta inferioridad de condiciones, aspiro vagamente a la felicidad.



A tontas y a locas, cuando te pienso, Àngel (mío), entonces soy feliz. Entonces…habito en el país de las maravillas: llena de vida, repleta de dicha, todo me llena y nada me falta. Pero una voz, que lo ordena todo en mí, me insinúa: “Si aspiras a vivir de verdad, deja que mueran las palabras. En ti ellas sustituyen al calor, al mundo, a las vivencias.”


Claudia muere de hambre, porque solo ve naturalezas muertas muy bien dibujadas, pero nadie le ofrece de comer: un bocado no es de veras un banquete. Saber la composición del agua no le va a quitar su sed; deshojar la rosa y comprobar la inserción de los pétalos y del polen no le explica su sencilla majestad perfumada.

Claudia se adentra en la vida, como si se adentrara en el amor, se esfuerza con suavidad para comprender….El peligro de la palabra, X, es muy grande. Claudia las recoge todas para ti. Ellas son su única fortuna. Claudia se deja hipnotizar e embaucar por ellas, las interpone entre la vida y ella misma, hasta que la deslumbran y la ciegan ante la realidad.



Sin embargo, - que grande es su contradicción-, que sabe, bien lo sabe- que la música no es partitura. Las olas no son el mar. Que las cosas no están ahí para que ella las traduzca.



El amor hacía ti, X, me quita la palabra y los velos, me arranca la ropa y corro a esconderme avergonzada...


Claudia comprendió que cuando el amor (hacía tu persona) se instaló en su corazón, no hubo ya cambio alguno que pudiera apaciguarla. Cuando estás ausente te añora, si estás presente, ella arde en la hoguera del mismo amor.

Si es de noche, ella monta guardia al lado de tu lecho mediante la imaginación; si es de día, persigue la noche. Cuando ella, que soy yo, te sentimos cerca, nos sentimos torpes,lo somos entonces realmente, temorosas de desperdiciar un solo segundo sin mirarte, con el terrible presagio en el alma, que ese tiempo no va a durar mucho.


Como alguien que cree huir de su destino, cumplo el que es mi destino verdadero: amándote como jamás se ha amado en este mundo.

Con absoluto respeto y estima,

bajo tus pies,tu semblante y decisión, en la sima del volcán, te adora:
C.

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