Argentaba pálida la rosa, queriendo ser flor y no otra cosa.


Argentaba pálida la rosa
queriendo ser flor y no otra cosa,
su color apagado, su sueño perdido
lloraba al alba, ausente de rocío.

Desecha, antes de poder ser flor,
sostuvo del necio la cruz,
sucumbía a un inmenso dolor
de rodillas, sumisa, en ausencia de luz.

Dios a la rosa señaló iracundo
con dedo inflexible, con semblante sombrío:
¡la obligó a calmar las brasas del mundo!
Luego, mató al calor y ella casi pereció de frío.

Temblando, ella a Dios preguntó sin candor:
¿Por qué me das muerte si tú eres amor
y dime, por qué me das sombra si tú eres mi luz querida
y si deseas mi noche, por qué sigo viva?

Pero Dios no la escuchó y de ella se apartó.

“¡Ten valor!” Le susurró entonces un ángel del cielo
que yo seré tu defensa, calmaré tu duelo
y seré tu guía.

Por siempre florece tranquila
que yo enterraré tus condenas
te liberaré de tus cadenas,
te despojaré de todo tu dolor:
¡Que aunque el mundo no quiera,
tú fuiste, eres y siempre serás flor!

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